Me viene a la memoria esta bella enseñanza que de muy pequeño me encandiló y marcó mi corazón cuando en las catequesis de Don Jorge -que Dios lo tenga en su Gloria- me la hizo descubrir y que quiero compartir con todos mis hermanos/as, le sucedió a San Agustín, Obispo de la ciudad de Hipona entre los años 395 y 439.
Hipona está al norte de lo que ahora es Argelia; entonces era una provincia romano-africana de Numidia.
Una mañana de un buen día estaba él paseando por la playa dando vueltas al misterio de la TRINIDAD. Trataba de entenderlo. Sumido en sus cavilaciones iba y venía por la orilla, ensimismado... pretendiendo comprender, con su mente racionalista, cómo era posible que tres Personas diferentes -Padre, Hijo y Espíritu Santo- pudieran constituir un único Dios.
Pasaban las horas, pero no lograba avanzar en su compresión. No encontraba palabras humanas para expresar la realidad de Dios uno y trino.
Pasaban las horas, pero no lograba avanzar en su compresión. No encontraba palabras humanas para expresar la realidad de Dios uno y trino.
Cuentan que en un momento dado observó -sin darle demasiada importancia- que llegaba un niño que se puso a jugar cerca de él. El pequeño hizo un agujero no muy grande en la arena, corría hacía el mar y recogía un poquito de agua en una concha marina. Después regresaba corriendo a verter el líquido en el hueco, repitiendo esto una y otra vez.
Al poco rato, San Agustín se percató de lo que hacía el niño, le prestó atención muy extrañado, hasta que decidió acercarse hasta él y le preguntó:
.-"¿Qué haces, niño?".
A lo que el chiquillo constestó sonriente:
.- "Quiero meter el océano en mi hoyo".
El buenon de San Agustín, con un aire racional y paternalista, le respondió a su vez:
.- "Eso es imposible".
Entonces el niño le dijo:
.- "Pues eso es lo que estás pretendiendo hacer tú, que pretendes meter en una mente finita el misterio de Dios".
Y al momento, el niño desapareció de escena. San Agustín comprendió.
Al poco rato, San Agustín se percató de lo que hacía el niño, le prestó atención muy extrañado, hasta que decidió acercarse hasta él y le preguntó:
.-"¿Qué haces, niño?".
A lo que el chiquillo constestó sonriente:
.- "Quiero meter el océano en mi hoyo".
El buenon de San Agustín, con un aire racional y paternalista, le respondió a su vez:
.- "Eso es imposible".
Entonces el niño le dijo:
.- "Pues eso es lo que estás pretendiendo hacer tú, que pretendes meter en una mente finita el misterio de Dios".
Y al momento, el niño desapareció de escena. San Agustín comprendió.
Historia publicada por el amigo Fotelias del blog Por la vida y nada mas que por la vida.
Amigo, siempre de pie en nuestra lucha a favor de la vida.
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